“Cumplí 60 años y 54 de ir ininterrumpidamente a la cancha. O sea que viví muchas cosas y tengo en ese baúl de recuerdos cientos de anécdotas. Elegí una para reflejar esa pasión. Resulta que un amigo me había invitado a la cancha de Boca para ver el partido con mis hijos en la platea de la última bandeja. Nosotros no somos de Boca, pero queríamos ir a la cancha. Ese día Boca nos ganó 5 a 0 y cuando bajábamos las escaleras uno me vio rengueando (vale aclarar que tengo un problema en una gamba) y me dijo: “Uy, qué sacrificio que hiciste, menos mal que te vas contento con los 5 goles que hicimos”. Yo me quería matar, pero en fin, esto también es parte del amor por el fútbol.
Yo amo el fútbol. Es más, cuando era chico íbamos temprano a ver la tercera, la reserva y la primera, y cuando volvíamos de la cancha la seguíamos en la esquina con mis amigos comentando cada partido. En ese tiempo no precisábamos la opinión profesional de los periodistas. Cada uno era el corresponsal en cada cancha y así discutíamos los penales, los offside o lo que fuera. El fútbol era una fiesta nuestra. Nadie se imaginaba que alguien se la iba a apropiar y que como un vampiro chuparía de esa sangre popular para poder manejar la alegría como Chassman a Chirolita.
El texto que van a leer a continuación no tiene titubeos y da nombres y fechas con la exactitud que uno no registró. Por eso agradezco haberlo prologado ya que resulta un documento invalorable para que conozcamos de una buena vez la verdad tapada por el grito de gol
Eduardo Maicas (humorista, trabajó en medios gráficos como Humor y El Gráfico, y es guionista de la tira “Clara de Noche”, que se publica en la revista española El Jueves y en Página /12).
Carlos Alberto Lacoste, el marino que llegó a manejar el Ente Autárquico Mundial 78 de la mano del Almirante Emilio Massera, tuvo siempre gestos de agradecimiento hacia la ciudad de Santa Fe. Su rápido ascenso como dirigente deportivo, que lo llevó en apenas un par de años de no participar de la política de los clubes de fútbol a ser vicepresidente de la FIFA, encontró en la ciudad cordial la amabilidad de dos de los presidentes más importantes que tuvieron Colón y Unión a lo largo de su historia.
A mediados de 1981, Ítalo Giménez buscaba la salvación del descenso del equipo rojinegro, casi condenado a la pérdida de categoría. Al no encontrar respuestas dentro del campo de juego, decidió homenajear al presidente de la Nación, Roberto Viola, con un recibimiento “popular”. Ese día, en las puertas del estadio Brigadier López, pudieron leerse varios carteles con la frase “Lacoste y Colón”. La intención era que el marino se hiciera eco de los reclamos sabaleros e intercediera a favor del club, gracias al poder que ostentaba en la Asociación del Fútbol Argentino, que ya era presidida por Julio Humberto Grondona, y a su lugar de privilegio en la FIFA.
Unos meses antes, Ángel Malvicino, quien ocupó la presidencia de Unión en varios períodos, fue uno de los que levantó la mano en la comisión directiva de la AFA para que Lacoste, el hombre que llegó al EAM 78 luego del asesinato de Omar Actis y que gastó 517 millones de dólares para la organización de Argentina 78 (400 millones más de lo que gastó España en 1982), arribe a la vicepresidencia del mundo, como bien define el periodista Pablo De Biase ese cargo en la FIFA.
Lacoste participó del golpe que derrocó a Juan Domingo Perón en 1955, en la autodenominada Revolución Libertadora, rebautizada por la resistencia peronista como “La Fusiladora”. Entre 1961 y 1967 realizó cursos de administración y armamentos en los Estados Unidos. En 1974, se sumó a una comisión que se había formado en el seno del Ministerio de Bienestar Social para organizar el Mundial. Llegó a ese lugar gracias a la influencia de su superior en la Marina, Emilio Massera, y a la aprobación de José López Rega. Tras el golpe militar del 24 de marzo de 1976, la Junta se planteó si debía o no organizar la Copa del Mundo: Massera fue determinante para que la decisión fuera seguir adelante, consciente de la importancia política del evento y de los beneficios económicos que podría conseguir quien manejara esa caja.
El General Omar Actis fue designado al frente del EAM 78 por el presidente de facto, Jorge Rafael Videla. El 21 de agosto de 1976 dio la primera conferencia de prensa para dar a conocer las obras de infraestructura a encarar y los detalles organizativos de cara a la Copa del Mundo. Proponía “un mundial austero”. Sin embargo, dos días antes, una ráfaga de ametralladora le quitó la vida cuando salía de su casa en Wilde. El crimen se le adjudicó de manera burda a Montoneros, aunque con el tiempo quedó claro que el principal beneficiado por esa muerte fue el propio Lacoste, que ni siquiera concurrió al velatorio y celebró la designación del General Antonio Merlo, a quien manejaría cómodamente, en reemplazo de Actis.
“Una de las primeras medidas que le simplificó su tarea fue el decreto 1261 de abril de 1977. Permitía que el ente a su cargo mantuviera reserva en la difusión de sus actos. Jamás se presentó un balance, algo de lo que Lacoste se jactaba. Según él, las cuentas de ese megaevento constaban en apenas siete carillas que no valían la pena difundirse”, escribió el periodista Gustavo Veiga en Página /12. Cabe recordar que el jefe de prensa del EAM 78 era Aldo Proietto, luego director de El Gráfico y de presencia permanente en radio y televisión en los últimos años.
Era tal el poder de Lacoste en la escena del fútbol nacional que fue quien terminó aprobando la asunción de Julio Grondona como presidente de la AFA, en 1979. Como si ese ejemplo no bastara para demostrar la complicidad entre botas y fútbol en aquellos años, el periodista Mariano Hamilton, en la revista Un Caño, explica: “Para conseguir su objetivo, Grondona debió negociar con la Marina y nombrar como presidente del Colegio de Árbitros al vicecomodoro Julio César Santuccione, y en el Tribunal de Disciplina al Coronel Ángel Michel”. Santuccione fue uno de los más feroces represores en la provincia de Mendoza durante la última dictadura.
El presidente de la FIFA, Joao Havelange, invitó a Lacoste a integrar la Comisión que organizaría el mundial de España 1982, aunque se topó con una traba legal: no tenía cargo alguno en ningún club del fútbol argentino ni en la AFA. Havelange resolvió ese problema luego de la muerte del vicepresidente de la Confederación Sudamericana, Santiago Leyden, a quien Lacoste reemplazó.
En 1980, ningún dirigente del fútbol argentino desconocía quién era Lacoste. Sin embargo -o precisamente por eso, según cómo se lo mire- nadie se atrevió siquiera a discutir la propuesta de Grondona, el 7 de julio de ese año. “Finalizado el mandato del Dr. Juan Goñi como representante de la Confederación Sudamericana de Fútbol en el Comité Ejecutivo de la FIFA, la Asociación del Fútbol Argentino postuló al Contralmirante Carlos A. Lacoste para ejercer dicha representación, postulación que recibió el apoyo unánime de las otras asociaciones sudamericanas y, consecuentemente, el Congreso, por aclamación, eligió al Contralmirante Carlos A. Lacoste como representante sudamericano en el cargo de Vicepresidente del Comité Ejecutivo de la FIFA para el período 1980-1984”, puede leerse en la Memoria y Balance de ese año.
Uno de los que votó a favor fue Ángel Malvicino, en ese entonces presidente de Unión y Secretario de Asuntos Legales de la AFA. También acompañaron esa designación Pedro Orgambide (Boca), Eduardo Delucca (Defensores de Belgrano), Ignacio Ércoli (Estudiantes), Rafael Aragón Cabrera (River), Julio Cassanello (Quilmes), Ricardo Petracca (Vélez), Próspero Consoli (Argentinos), Santiago Saccol (Racing) y Luis Mestelán (tandilense, representante de las ligas del interior).
Algunos de ellos aún ostentan lugares de mucho poder. Cassanello, que fue intendente de Quilmes durante la dictadura militar, ocupó hasta hace pocos años la presidencia del Comité Olímpico Argentino, mientras que Deluca, de la mano de Grondona, logró ascender desde su humilde Defensores de Belgrano al cargo de Secretario General de la Confederación Sudamericana de Fútbol, que ocupa actualmente. Por esos días, Malvicino elogiaba en los diarios locales “la honestidad y la capacidad de gestión” de Lacoste.
Ni Grondona, ni Don Ángel, ni ninguno de los dirigentes que fueron cómplices en la ascendente carrera de Lacoste en la AFA y en la FIFA se animó a levantar la voz un par de meses más tarde de ungirlo como vicepresidente del mundo, cuando el periodismo deportivo sufrió la brutalidad de la dictadura. Fue luego de que la revista “Goles Match” entrevistara a Adolfo Pérez Esquivel, quien dos días antes había obtenido el Premio Nobel de la paz.
Horas después de la publicación, el marino citó al dueño de la editorial que publicaba la revista, el italiano Benedetto Mosca. Lo recibió en la Secretaría de Acción Social. “En Italia yo había entrevistado a varios capos de la mafia, pero nunca me tocó vivir algo así. Me recibieron infantes de Marina armados hasta los dientes que no dejaron de apuntarme ni un segundo. Lacoste me esperaba sentado detrás del escritorio vestido de uniforme. No me dejó ni hablar. Lo último que transmitió fue un mensaje que, más bien, era una orden: quería que eche a los periodistas, y que si no lo hacía, después no me quejara si nos ponían una bomba”, contó Mosca en una entrevista con Gustavo Veiga. El periodista que debió exiliarse fue Carlos Ares. Debió hacerlo ante el silencio de un periodismo mudo y de los dirigentes que, pese a todo, jamás dudaron en seguir apoyando a Lacoste, incluso luego de la recuperación de la democracia.
Un antecedente con el Lobo
Malvicino, Don Ángel, como fue inmortalizado por los hinchas rojiblancos, no medía sus alianzas ni sus acciones si creía que eran beneficiosas para la institución. Es más, se jactaba de ellas. En 1967, trece años antes de aquel apoyo a Lacoste, Unión se vio envuelto en un escándalo luego de la detención de un árbitro a manos de la policía, tras una denuncia que efectuó el propio club. Valentín Suárez, entonces interventor de la AFA, quería sancionar duramente a la institución y hasta se hablaba de una desafiliación.
Malvicino, luego de una serie de contactos que involucraron a dirigentes de la Unión Obrera Metalúrgica, se reunió con Augusto Timoteo Vandor, Secretario General de esa organización gremial. El Lobo era, en esos años, una de las personas más influyentes en la política nacional. La reunión fue a mediados de 1967, un año después de los asesinatos de Domingo Blajaquis, Juan Zalazar y Rosendo García, que el enorme Rodolfo Walsh atribuyó al propio Vandor en su imprescindible “¿Quién mató a Rosendo?”.
“Valentín Suárez estaba enojadísimo con nosotros. Se podía recurrir a Onganía, que era el presidente y manejaba muy bien a Vandor, quien a su vez levantaba el teléfono y Valentín Suárez obedecía. Por eso fue muy importante la ayuda de Cuello (Eduardo), que era de la Federación de Agrupaciones Unionistas y capo de la UOM, y que después llegó a ser vicegobernador de Carlos Sylvestre Begnis. Cuello consiguió una audiencia con Vandor y nos acompañó a Buenos Aires. Vandor nos recibió en el mismo lugar donde seis meses más tarde lo asesinaron. Hablamos y le pidió a su secretario que lo comunicara con Valentín Suárez. Cuando lo atendió, no anduvo con vueltas: ¿Tenés el expediente de Unión ahí? Bueno, archivalo, le dijo”, contó el propio ex presidente en su biografía “Ángel Malvicino, una vida remando”.
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