lunes, 18 de marzo de 2013

Candioti, vinculado con la represión ilegal


Candioti, dirigente de Colón, asesor de Grondona y represor de la dictadura.


Siempre se movió lejos de los flashes, pero Alberto Candioti es uno de los hombres más cercanos a Julio Grondona. Cómo logró la confianza del titular de la AFA representa uno de los tantos misterios que lo rodean. Dos denuncias lo involucran con la última dictadura. Sin embargo, el ex capitán del Ejército se pasea por las calles con la impunidad de quien sabe que aquí la Justicia es lenta o, lo que es peor, que esa justicia tal vez nunca llegue. Aunque con investigaciones como la de Nicolás Lovaisa, esa justicia pendiente tiene más posibilidades de llegar.

Gustavo Yarroch (redactor de la agencia DyN y autor del libro “Jueguen por abajo”).

Alberto Julio Candioti es, desde hace casi dos décadas, uno de los hombres más importantes dentro de la estructura de poder de la Asociación del Fútbol Argentino. Los que circulan sin credencial por los pasillos del edificio de calle Viamonte lo señalan, sin dudarlo, como la mano derecha de Julio Humberto Grondona, el dirigente que maneja los destinos de la pasión nacional desde 1979, y que supo cómo relacionarse con todos los gobiernos, democráticos o de facto, para permanecer en ese lugar.

Cultor del perfil bajo, una rápida búsqueda en internet casi no arroja datos sobre las funciones de Candioti en la entidad madre del fútbol argentino, pese al cargo que ejerce: asesor adscripto de la presidencia. Así figura en la última Memoria y Balance de la AFA, aprobada el pasado 22 de octubre.

Su única aparición pública a nivel nacional fue a mediados del año 2000. En esa ocasión, el mundo del fútbol se vio convulsionado por una denuncia contra Grondona impulsada por el diputado Mario Das Neves (hoy gobernador de Chubut), quien acusó a Don Julio y a los integrantes del Comité Ejecutivo de la AFA de “administración fraudulenta”. Candioti, en su rol de abogado de Grondona, por primera vez enfrentó los micrófonos de la prensa de Buenos Aires. Su defensa fue eficaz: la causa, como era previsible, terminó en la nada.

En Santa Fe, en cambio, participó activamente de la política de Colón. Se acercó al club en la década del ´80 a través de su amigo Francisco Paz, quien fue representante de los rojinegros en la AFA y luego estuvo a cargo de la secretaría Privada de la Nación durante los gobiernos de Carlos Saúl Menem. También se relacionó con Rubén Cardozo, el “Buscapié”, histórico dirigente del PJ en la provincia, quien encabezó un homenaje al presidente de facto Roberto Viola en 1981 y luego, en democracia, fue uno de los operadores políticos más importantes del menemismo en el interior del país.

A principios de la década del ´90, José Néstor Vignatti asumió la presidencia de Colón y se apoyó en Candioti, quien ya tenía peso en la AFA. Luego, en su segundo mandato, le dio la vicepresidencia primera. En esos años Colón logró el tan ansiado regreso a Primera División y, poco tiempo después, su primera clasificación a la Copa Libertadores de América. Sin embargo, la relación entre ambos no terminó bien. Con el tiempo, Candioti (o el Capitán, como lo llamaba Vignatti), comenzó a tener mayor protagonismo en la vida rojinegra y eso al “Gringo”, un dirigente personalista, que no delegaba demasiadas cosas en sus pares, no le gustó: forzó una reunión de Comisión Directiva en la que, por mayoría, se decidió la salida de Candioti de la institución.

En 2002, Candioti se convirtió en el primer y único opositor que tuvo Vignatti: fue candidato a presidente por la agrupación “555”, pero fue derrotado en los comicios del 16 de junio de 2002. “Con nivel nacional e internacional. Un presidente para ser campeón”, fueron algunos de los lemas de su campaña, que no lograron seducir al hincha sabalero.

Su nombre está relacionado con el mundo del fútbol, pero en los próximos días aparecerá vinculado a otro tipo de cuestiones. Menos populares, mucho más dolorosas. Sobre Candioti, ex Capitán del Ejército, pesa desde hace tiempo una denuncia anónima en la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (CONADEP), a la que se sumó hoy la de un nuevo testigo. Ambas lo vinculan directamente con la desaparición de Roberto Daniel Suárez, un conscripto que realizaba el servicio militar en el Batallón de Anfibios 601, en Santo Tomé, y que desapareció en 1977, cuando Candioti se desempeñaba como Teniente Primero en esa dependencia.

Además, una lista del personal del Batallón 601, el organismo más importante de Inteligencia durante el terrorismo de Estado, revela que Candioti reportaba a esa dependencia.

Dos testimonios
Roberto Daniel Suárez es uno de los más de 135 soldados que fueron secuestrados mientras realizaban el servicio militar durante la dictadura. Suárez, que había militado en la Tendencia Revolucionaria de la Juventud Peronista, fue incorporado el 6 de abril de 1977 a la Agrupación de Ingenieros Anfibios 601, con asiento en Santo Tomé.

El 1º de agosto de ese año salió del batallón para realizar una diligencia, por pedido de sus superiores: debía llevar una invitación por el aniversario del Batallón a un teniente, en la zona de la costanera santafesina. Esa mañana, una vecina lo vio subir a un colectivo de la línea 14: es lo último que se supo de él. Su madre, Olga, recorrió el mismo camino que tantas otras: ministerios, cuarteles, comisarías, iglesias. Nunca encontró respuestas.

La justicia también le dio la espalda. Unas semanas antes de la asunción de Raúl Alfonsín como presidente (es decir, más de seis años después de la desaparición de su hijo) el Juzgado Federal Nº 1 de Santa Fe, a cargo de Héctor Luis Tripichio, decidió “no hacer lugar a la presente acción de amparo presentada a favor de Roberto Daniel Suárez, en razón de no haber sido hallado el mismo”. La resolución lleva la firma del “Secretario Federal, Víctor Hermes Brusa”, condenado a fines de 2009 a 21 años de prisión por crímenes de lesa humanidad cometidos en Santa Fe durante la dictadura.

Ya en democracia, la CONADEP recibió una denuncia anónima sobre la desaparición de Suárez. Según el legajo 1421 “se presenta un individuo, aparentemente que revistó como suboficial del Ejército, y manifiesta que, habiendo visto en el diario la foto de Suárez y la denuncia de su desaparición, comparece para decir que el mismo fue asesinado por el entonces Jefe de dicho Batallón Coronel José Tidio Lagomarsino de León, con su pistola calibre Nro. 9, con un tiro en la cabeza, complicando en el caso a los oficiales Candioti y De Gracia. Este suboficial denunció también que al cadáver lo envolvieron en una lona verde, lo subieron en una barcaza y cruzaron el río a una isla, regresando luego en la barcaza sin el cadáver”.

A este testimonio se sumó uno más a fines de 2009: el de un testigo que asegura que, según información que pudo recabar, fue el propio Candioti quien secuestró a Suárez, al interceptarlo en la zona de la costanera, en el momento en que descendía del colectivo. Según declaró en sede judicial, “Candioti, que era el contacto directo de Domingo Marcellini (imputado en la causa Brusa) en el Batallón 601, lo subió a Suárez cuando bajaba del colectivo”.

Pero además, aseguró que Mario Carmelo Ferger, único imputado en la causa por la desaparición de Suárez, fue dos veces amenazado por Candioti. “Ferger está dispuesto a hablar, pero tiene miedo porque es un tipo de setenta y pico de años, y teme por las amenazas que está recibiendo de Candioti”.

Ante esta situación, los familiares de Suárez esperan que el juez Reynaldo Rodríguez vuelva a requerir la declaración de Ferger, pero sobre todo que cite a Candioti, quien en el momento de la desaparición de Suárez era superior directo del único imputado, según consta en el Listado de Personal de Oficiales de la Agrupación de Ingenieros Anfibios 601 del año 1977.

Su desaparición
Roberto Daniel Suárez nació en Santa Fe, el 1º de febrero de 1955. Cursó la escuela secundaria en el Colegio Nacional Simón de Iriondo. Allí comenzó su militancia política, dentro de la Tendencia Revolucionaria de la Juventud Peronista.

El 24 de mayo de 1976, apenas dos meses después del golpe que derrocó a María Estela Martínez de Perón y propició la llegada al poder de la Junta Militar, Suárez se casó con María Cecilia Mazzetti, que militaba en la Unión de Estudiantes Secundarios. Ante el recrudecimiento de la represión (su hermano, Ernesto Ramón Suárez, había sido detenido en 1975) decidieron contraer matrimonio en la localidad de San Vicente, ya que habían existido casos de militantes detenidos en el Registro Civil de la capital provincial.

Su esposa fue detenida poco tiempo después: ambos habían decidido mudarse a San Nicolás o Rosario, pero un grupo comando secuestró a María Cecilia el 25 de agosto. Tenía sólo 17 años y disfrutaba de su embarazo de dos meses. Suárez se refugió en la casa de algunos compañeros y evitó la captura, ya que en septiembre el Ejército realizó un allanamiento en su casa paterna, ubicada en calle San Jerónimo 5324. Recién volvió a tomar contacto con su familia en enero de 1977, y en abril tomó la decisión de volver a su hogar. Cansado de escapar y sabiendo que su hijo, Rodrigo Sebastián, había nacido en cautiverio, se presentó para hacer el servicio militar, ya que permanecía en carácter de desertor.

Acompañado por su madre, Olga Barrera de Suárez, se presentó en el Distrito Militar de Santa Fe, ubicado sobre Avenida Freyre, frente al Hospital Cullen. Durante un par de semanas estuvo en ese lugar. Según sus familiares, “en apariencia iba todo bien, no hacía nada, ya que volvía a casa y luego nuevamente al distrito”. Luego lo asignaron al Batallón de Anfibios 601, Sección Barcazas B, en Santo Tomé. Su superior directo era el Suboficial Principal Mario Carmelo Ferger (hoy detenido en el marco de esta investigación).

Pocos días después, Suárez le envió un mensaje a su madre en un papel: “Si algo me pasa, Ferger es el responsable”. La tarea que le habían encomendado era la de “hacer mandados”. “Salía todos los días a Santa Fe. Hacía algunas compras, al mediodía regresaba al cuartel y a la tarde ya estaba en casa”, agregaron. Su mamá y la de un compañero del barrio, que también estaba cumpliendo funciones en ese Batallón, se turnaban todos los días para llevarlos en auto a Santo Tomé. 

Suárez era consciente de que estaba siendo vigilado por sus superiores, ya que un lunes le preguntaron “quiénes eran la mujer y el hombre que habían estado con él en la feria el día anterior” (sus padres) o “quién era la rubia que estaba con él en la costanera” (su prima). Además, les había comentado a sus familiares que en varias oportunidades “lo ponían frente a la tropa reunida y los oficiales lo ponían como ejemplo de lo que no se debía ser: un subversivo”. 

El lunes 1 de agosto de 1977, la madre de su compañero fue la encargada de llevarlos a Santo Tomé. Como todos los días, a las 7 de la mañana ingresó al Batallón. A las 9.30, una vecina, de apellido Barbieri, lo vio en el centro de Santa Fe, subiendo a un colectivo de la línea 14, con un paquete en la mano. Suárez no regresó a su casa a las 14, como era habitual. A las 16, su madre recibió un llamado de alguien que no se identificó, pero que bien podría haber sido un compañero de Roberto, quien le manifestó que no había regresado al cuartel luego del mandado que había realizado esa mañana.

Olga se dirigió al Batallón y pidió hablar con Ferger. Le exigió que haga la denuncia de que su hijo no había regresado al cuartel: “Esperemos hasta mañana, ya que puede haberse ido con alguna chinita”, le contestó el militar. La madre negó tal posibilidad y le preguntó adónde lo habían mandado. Ferger contestó que había salido para llevar unas invitaciones por el aniversario del Batallón a un Teniente en la zona de la costanera, y que por razones de seguridad no podía dar a conocer su apellido.

De todas maneras, por averiguaciones posteriores se determinó que podría tratarse de la casa de Cristian Oscar Clavería, quien cumplía funciones en el GADA de Guadalupe, se domiciliaba en la costanera y hoy estaría radicado en la localidad de Alta Gracia, Córdoba.
Durante varios días, Olga repitió las mismas preguntas ante Ferger y obtuvo siempre las mismas respuestas, hasta que un día dejó de ser recibida en el Batallón. La familia interpuso varios hábeas corpus y publicó reiteradamente la noticia en búsqueda de su paradero con foto incluida en el diario El Litoral sin resultado positivo.

Ya en democracia, llegó la denuncia anónima ante la CONADEP. Según el legajo 1421 “se presenta un individuo, aparentemente que revistó como suboficial del Ejército,  y manifiesta que, habiendo visto en el diario la foto de Suárez y la denuncia de su desaparición, comparece para decir que el mismo fue asesinado por el entonces Jefe de dicho Batallón Coronel José Tidio Lagomarsino de León, con su pistola calibre Nro. 9, con un tiro en la cabeza, complicando en el caso a los oficiales Candioti y De Gracia. Este suboficial denunció también que al cadáver lo envolvieron en una lona verde, lo subieron en una barcaza y cruzaron el río a una isla, regresando luego en la barcaza sin el cadáver”.

Su caso guarda similitudes con el de Francisco Domingo Lera, también proveniente de una familia de militantes (con un hermano desaparecido), quien desapareció en la misma zona que Suárez. Incluso un testigo calificado, el Dr. Alberto Jesús Ceballos, declaró en la causa que mientras cumplía el servicio militar en el GADA de Guadalupe, con funciones administrativas y por su carácter de avanzado estudiante de abogacía instruyó el sumario por “deserción” de Lera, supo como comentario en la comandancia que Lera fue “chupado” porque “estaba vinculado a la subversión” e incluso se habló de la participación de los oficiales Cristian Oscar Clavería y Carlos Martín Sanabria.

El contexto
En su libro “El Escuadrón Perdido”, el ex Capitán del Ejército, José Luis D'Andrea Mohr, registra la desaparición de 129 conscriptos secuestrados durante la última dictadura militar. Entre ellos, el de Roberto Daniel Suárez.

Según D’Andrea Mohr, “los soldados de nuestro escuadrón perdido tuvieron la desgracia de haber ingresado a cumplir con el servicio militar obligatorio en el tiempo de la degradación militar. Esos muchachos, nacidos en la década del cincuenta, durante un gobierno derrocado, terminaron sus vidas en manos de los discípulos de aquellos derrocadores”.

En otro párrafo, agrega: “Muchas personas me han preguntado: ¿En qué andaba aquel soldado para que lo desaparecieran? La pregunta molesta y hasta enfurece, pero es común. La respuesta ha sido: Eso hay que preguntárselo a los desaparecedores, además de exigirles responder por qué esos muchachos no fueron acusados ante Consejos de Guerra. ¿Habrá sido para infundir terror entre los demás soldados? ¿Comentaron aterrados lo visto en algún centro clandestino de detención? No conozco la respuesta, que es lo que hay que buscar, pero estoy seguro de lo canallas que debieron ser el teniente, el capitán, el mayor y el coronel que integraron la cadena de complicidades junto al oficial de Inteligencia que marcó el blanco”.

Por su parte, según un documento publicado por el Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS), hay un dato que se repite en muchas de las desapariciones de soldados: el 29% se produjo cuando salían “de franco” o “en comisión”, como Suárez.

En este sentido, es valioso también el testimonio de un testigo que estuvo cuatro meses detenido en el Regimiento 7 de La Plata, y que en ese período vio cómo pasaban entre 15 y 20 conscriptos, quienes le relataron que desde el regimiento o unidad los enviaban en comisión, llevando un sobre grande de color marrón. Esa era la contraseña para quienes debían secuestrarlos.

Según los registros del CELS, existen 135 denuncias de desaparición forzada de ciudadanos que cumplían el servicio militar, y agrega que “por el estado de indefensión de esos jóvenes, sus captores operaban con todas las facilidades que les ofrecía el dominio de la situación”. 

En todos los casos, los jueces intervinientes en los recursos de hábeas corpus interpuestos en favor de los soldados nunca recibieron mención alguna de las circunstancias de la deserción.

(Publicado en el portal Notife Deportivo)

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